Para no equivocarse en Madrid

Comer a tus semejantes.

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Antropófago es palabra tomada del griego: “yo como”. Es una traducción  bastante sospechosa y contundente. Es decir, un remedio a la necesidad cotidiana. El hambre profunda hasta extremos inhumanos lleva a los omnívoros a verse como alimento unos a otros. Es el instinto animal, el impulso sanguinario de la verdadera necesidad que lleva a los animales a comer a sus semejantes.
  Los nuevos hallazgos de Atapuerca… “nos llevan a pensar que esos homínidos practicaron el canibalismo seguramente durante cientos de años. Los estudios en profundidad de los fósiles de Gran Dolina habían indicado ya que esos homínidos se comieron a sus semejantes, dado que los huesos humanos muestran las mismas marcas de corte y fractura que las de los huesos de otros animales consumidos y hallados en el yacimiento. Ahora al encontrar más piezas con esas marcas en una capa diferenciada de la anterior, los paleontólogos se preguntan si el canibalismo no sería una práctica habitual, cultural de aquella época”. [caption id="attachment_58978" align="alignright" width="350"]"Pistolas" vacunos Los 5 Mejores "Pistolas" vacunos[/caption] Esta ha sido siempre mi visión de las cosas: hoy el hombre no es antropófago porque tiene otras cosas que comer. Hoy no somos salvajes, pero no paramos de matar todo lo que nos rodea, para comer. No asesinamos humanos porque culturalmente es una atrocidad, pero sobre todo, porque no tenemos verdadera necesidad. Los que se estrellaron en el avión no tuvieron más remedio que comer a sus semejantes. Eso sí, pidieron no comer a sus familiares. Ventura Peña se refiere a la carne humana “...en estado joven y sano no tiene mal olor ni sabor, es más delicada que la del cerdo a la que se asemeja, y es de fácil digestión”. Lo que está bueno se mata en cualquier confín del mundo y se come en el otro extremo del universo. Y si de verdad merece la pena, se domestica, encierra o enjaula y se atiborra a comida hasta conseguir el mejor resultado. A veces con un trato salvaje, pero no importa si media un gran placer. En todas las épocas y latitudes, la cultura de los pueblos está impregnada de signos antropofágicos. ¿Por qué? En diversas regiones de Francia, antaño, cuando se casaba una hija menor antes que la mayor, el día de la boda se procedía al asado simbólico de la mayor, poniéndola encima de un horno. Otro divertido vestigio de antropofagia que permanece en México, fruto de tiempos y rituales indígenas, es la venta de esqueletos y calaveras comestibles en las fiestas y ferias locales: “¡Cómpreme el ahorcadito, es de chocolate!” “Toma fulanito, cómete el muertito”. ¿Qué sentía el salvaje que metía en el puchero de barro al explorador blanco, salacot incluido y encendía lumbre bajo sus botas? Las danzas y sus gestos incontrolados, transmitían un sentimiento de euforia no contenida. Pero por comer, o por merendarse a uno de su especie y blanco. Don Gabriel Alonso de Herrera comentaba que los mexicanos de la antigüedad comían con gran pasión a las víctimas o cautivos de guerra, como los brasileiros, hurones y cariberios. Eran salvajes los que mataban a sus enemigos y salvajes caníbales los que engullían a sus víctimas, incluso crudas. Una manera de demostrar más salvajismo e inquina por los enemigos. Tito Livio aseguraba que Aníbal hacía comer a sus guerreros carne humana para hacerlos más fieros en el combate. Estas costumbres ya existían entre los cananeos, los escitas y otros pueblos del antiguo Egipto. Plinio hablaba de los escitas y sármatas y Juvenal de etíopes y egipcios. También Marco Polo encontró casos de antropofagia en sus viajes. Y los magos y viejos de Tartaria y El Gran Desierto, tenían derecho a comer carne de criminales. [caption id="attachment_58979" align="alignright" width="350"]Lomo de buey Lomo de buey[/caption] Un caso espeluznante y es el de las mujeres aborígenes de Australia central: alimentaban a sus hijos con todo cariño y los mejores alimentos, pero se los comían en períodos de carencia, de sequía, cuando ellas tenían hambre. La costumbre era comerse uno de cada dos. Este horrible crimen de penuria cruel, comer la carne de tu carne, comerte a ti mismo para  sobrevivir, es demasiado espantoso para nosotros. Pero también se repite en la segunda expedición transatlántica de Colón a Guadalupe… “el médico envió a su familia… entendieron que nosotros aborrecíamos a tal gente por su mal uso de comer carne de hombre… que los hijos que en ellos han se los comen, que solamente crían los que han en sus mujeres naturales”. En resumen, en todas las épocas la antropofagia formó parte de la cultura de “todos los pueblos”. ¿Y por qué no? Incluso los católicos, dicho sea con todo respeto, practicamos una clase de antropofagia simbólica y religiosa, cuando comulgamos el cuerpo y la sangre de Cristo. Es decir comer la representación de Dios hecho hombre. Es la reconfortante elevación espiritual por la posesión íntima del cuerpo de Cristo dentro del cuerpo del comulgante. Y siguiendo con este concepto, también se habla comerse al padre o a la madre gastronómicamente hablando. ¿No es también antropofagia simbólica el deseo de sustituir al padre o a la madre en la elaboración de platos familiares históricos? Ese deseo de comer recuerdos plenos de aromas, texturas y sabores únicos y memorables. Es la maravillosa regresión a la infancia que provoca la memoria familiar. En fin, que no hay manera de dejar de comer a nuestros semejantes... incluso a besos. El mejor de los caminos y de los recuerdos.   Alfredo Franco Jubete.

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