Para no equivocarse en Madrid

Ya no hay hombres capaces de estas gestas a la hora de comer.

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Cándido me contaba lo que se comía en su mesón un señor menudo, tirando a poca cosa o feo y labrador de un pueblo próximo a Segovia.
1.- Había entrevistado hace varios años a Cándido nieto, para Vino + Gastronomía, cuando comenzaba a coger las riendas del negocio segoviano. Y leyendo el otro día en el histórico libro de "La Cocina Española de Cándido", me encontré con una brutal anécdota, de esas que a uno le cuesta creerse, si no fuera porque está publicada. Una historia de las que los abuelos pasan a sus nietos, cuando el que lo hacía, era un próximo o conocido de la familia. Hoy te das cuenta que hoy somos unas nenazas de vientre feble, incapaces de alimentarnos con gusto y gana, como antiguamente. Unas nenazas auténticas, eso es lo que somos. Ya no hay hombres así, como este segoviano de los de antes, protagonista de esta historia. [caption id="attachment_54420" align="alignright" width="134"]Cochinillo segoviano. los 5 mejores. Cochinillo segoviano.[/caption] Contaba Cándido que todos los jueves, día de mercado en Segovia, acudía puntual a comer a su mesón un señor menudo, tirando a poca cosa o feo y labrador de un pueblo próximo. Se ponía siempre en un rincón y comenzaba con una jarra de vino y una guindilla de Pinarnegrillo. Mira que si era una técnica desconocida para que al estómago acudiesen todas las reservas del cuerpo de ácidos gástricos. A él desde luego le funcionaba, vaya que le funcionaba. Tras la guindilla y los chatos de vino y como quien exclama ¡una caña!, con toda naturalidad decía: ¡un tostóóón! Para él solito, se pedía ¡un cochinillo entero! Y claro, acababa con todo el tostoncillo menos la cabeza, que lo suyo no debían ser orejas ni sesos. Acabado el cochinillo, para rematar y quedarse redondo redondo, se pedía el postre. Y ni corto ni perezoso, tras el postre, ordenaba que le trajeran un cuatro de lechazo asado. ¡Qué animal! dichos sea esto con todo respeto. "Menudo y poca cosa", pero le entraba toda esta barbaridad de comida.  Y no "plegaba la servilleta" en el intento... vamos, que no se moría en la misma mesa. Pero no podemos olvidarnos, que también le entraban en el estómago otros complementos, porque por lo visto, se bebía 5 cuartillos de vino para acompañar la proteína. Al acabar con todo ello, pagaba, se encendía un puro en la puerta y se iba de paseo a echarle el humo al acueducto. Como quiera que Cándido no le viese aparecer por su casa en varias semanas, pensó que se habría muerto. Preguntó a unos de su pueblo y efectivamente le comunicaron que había fallecido. De un atracón claro, contestó Cándido. Qué va… murió cuando le puso a régimen el médico. Siempre recordaba sus comidas en Cándido. De hecho, en el lecho del dolor y con la muerte ya pegada a su almohada, exclamó: ¡Cándido! Jejejeje. Esto es afición. Cándido preguntó finalmente: ¿y a qué edad murió el señor? Cumplió los 98 en febrero.Horno de asar de adobe ¡Qué barbaridad! Que un señor a los 97 años fuera capaz de comerse él solo un cochinillo, un cuarto asado de lechazo y beberse 5 cuartillos de vino de una sentada... dice mucho la raza que hemos perdido. La capacidad de su estómago para recibir y digerir esa espuerta de comida y bebida. La siguiente tonta pregunta es: ¿Cuánto hubiera vivido este señor si hubiese comido toda su vida como una persona? Pues a juzgar por el comentario, menos, porque cuando le quitaron la comida, parece que muriera de pena. hoy solo somos capaces de comernos la mitad de un cuarto asado, no cenamos y tenemos que medicarnos a mitad de la digestión para poderla acabar. ¡Nenazas, hoy somos unas nenazas! 2.- Hay otra anécdota a propósito de las noticias que Hemingway generaba en la prensa. Cándido nieto, me recordaba una de sus anécdotas en Cándido, unos de los dos restaurantes que más repercusión tenían sus visitas: Botín y Casa Botín. Calle Cuchilleros, Madrid centro. Plaza Mayor. los 5 mejores Cándido. Incluso Casa Botín se menciona en “Muerte en la Tarde”, “Fiesta”, “The sun also rises” y otros escritos. A ambos restaurantes iba por su fama y porque cochinillo y lechazo, le gustaban a rabiar. Este es su texto tal cual, transcrito del libro:  “I ate a very big meal and drank three bottles of Rioja Alta”, dejó escrito. Vamos… tres botellas de rioja es una marca para ir a las olimpiadas. Pero el significado de “very big meal”, me lo dio Cándido nieto hace unos años... “Cuando venía Hemingway, se comía él solo un cochinillo y además del vino ¡se bebía una botella de coñac! Mira que si la investigación deduce dentro de unos años, que cochinillo, lechazo, vino y coñac, mejoran la literatura y crean “best sellers”. Por si acaso, no abandonemos esta idea y sigamos entrenándonos… a ver qué pasa. 3.- Otra anécdota tremenda es la del restaurante burgalés Casa Ojeda. Un par de amigos bastante entrados en años, iban al restaurante regularmente a darse un homenaje. En esta ocasión comieron las dos especialidades del restaurante. - ¿Qué desean los señores? - Alubias y cordero. Una vez que acabaron con los dos platos, cuyas raciones no son nada pequeñas y menos hace 20 o 30 años. - ¿Querrán algo de postre señores? - Sí, tráiganos  de postre, alubias y cordero. Y se zamparon los otros dos platonazos correspondientes. Acabada la proeza, la camarera afirmó en su pregunta. - Ahora sí ya tomarán un postrecito, ¿no? - Sí, señorita, tiene usted toda la razón. De postre, tráiganos alubias y cordero. Por lo visto la que se fue dando tumbos fue la camarera. y el resto de los empleados que no dejaron de ver si se lo comían o quizás si explotaban. Me lo contaba el dueño... y le pregunté... ¿y llamasteis a los bomberos o a la ambulancia? Qué va... lo hacían de vez en cuando y siguieron vivos muchos años... y vinieron a hacer otras machadas menores, claro... Pues eso... que somos una moñas. 4.- Las última es familiar. Eran años de posguerra y la gente tenía hambre y muchas ganas de llenar la andorga. Una de las personas que trabajaba en el campo, en casa de mi abuela, se hizo una apuesta con sus compañeros de trabajo: - A qué sí... a que me como un lechazo asado yo solo. Si lo queréis apostar, comprad a un pastor un lechazo entre todos, llevadlo a asar a un panadero y me veis cómo me lo como. - Vale, lo hacemos entre todos. Lo que no te comas tú, nos lo comemos nosotros y tú pagas. Y se lo comió y los demás le vieron cómo lo hacía. Al día siguiente, se encontró con mi abuela y le comentó. Fulanito, ya sé que has apostado a que te comías el lechazo tú solo... pero, ¡y cómo te lo has comido! ¿Cómo lo has conseguido? Ya ve usted doña Menganita... ¡a fuerza de pan!   Alfredo Franco Jubete.

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