Para no equivocarse en Madrid

Los cacahuetes y kikos de las cañas tienen cañas.

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¡Marchaaandooo unaaa cañaaaa! Y unos segundos después tienes ante ti, una copa de dorada cerveza con su deliciosa espuma densa y firme. El camarero vuelve a tu posición y para completar el trago te regala un aperitivo, que en muchos casos suele ser un bol de cacahuetes, maíces y garbanzos tostados e incluso algún que otro fruto seco de mayor fuste. Tras el trago de cerveza, refresco, vino o vermú, la rebusca en el pocillo de frutos secos, del cacahuete más grande, la almendra o avellana perdidas. Es nuestro día a día en los baretos de barrio y cervecerías más sencillas de todos los pueblos y ciudades de España. Hasta aquí, una descripción de los hechos convencionales y cotidianos, todo normal. Pero resulta que un amigo que trabaja en Sanidad (de una provincia española que no es Madrid), me cuenta algo inimaginable, aunque después de ver el programa de cocina de Chicote, lo casi increíble es casi habitual. Parece que Sanidad en sus visitas de inspecciones regulares y rutinarias a establecimientos de hostelería, analiza con muy buen criterio, los diversos artículos, productos y elementos que forman parte del servicio al cliente. Y uno de esos análisis ha descubierto que en los pocillos o boles con frutos secos hay urea. Es decir, que el “voy a echar una caña” después de beber la caña acarrea estos lodos. Ya dice el refrán: “Colilla española, no mea sola”. Sí, se supone que serán trazas y todo lo que usted quiera, pero no deja de ser una guarrada realmente repugnante. Desde que lo sé, huyo del platillo de frutos secos como de la mierda… claro. En resumen:

  • Los clientes, ellas o ellos, se pringan del líquido elemento en tan sencillo y rutinario acto, y no se lavan las manos.
  • En la rebusca del fruto deseado pringan todos.
  • Los establecimientos reciclan sistemáticamente los frutos secos que no son consumidos por ese/os clientes. Si no esto no sucedería.
  • Los garbancillos y frutos secos menos aparentes y deseados, deben tener más urea y de más personas que la misma taza.
Total, que ya no como ni uno de esos aperitivos comunitarios. Me apetecería tirarlos a la papelera, pero no lo hago por el beneficio de la duda y por lógica identificación con el tabernero. Ganas me sobran, claro.   Alfredo Franco Jubete

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