Para no equivocarse en Madrid

Ajíes y guindillas levantaban las faldas.

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Ajíes y guindillas levantaban las faldas. [caption id="attachment_52284" align="aligncenter" width="400"]Chiles. Los 5 Mejores. Chiles poblanos verdes y rojos.[/caption]   La capsaicina, es el compuesto responsable de que chiles, guindillas y ajíes piquen. Es un compuesto liposoluble, es decir, soluble en grasas o aceites. Por tanto y dicho sea de paso, si el picante de una comida le abrasa el alma y hasta el ego inmaterial, no beba agua o un refresco para enfriar el calentón. Coma  algo que contenga grasa, vale incluso un yogur. Pues resulta que cuando Colón trajo los ajíes, causaron un impacto brutal en la sociedad del siglo XVI. Lo más transcendental fue su capacidad de sustituir a la pimienta (de pimienta a pimiento), producto carísimo que se vendía en apotecas y solo podían acceder a ella las clases privilegiadas. Por esta razón, el ají, el pimiento, fue uno de los productos traídos de Las Indias que antes se extendió su cultivo y se generalizó su consumo. Hacia 1550 ya se inició su difusión europea. Hay que considerar que la patata casi tardó ¡tres siglos! Pero claro, en aquella época tan pretérita, no había explicaciones científicas del picor y las consecuencias de su consumo. Se producían reacciones y valoraciones morales muy solemnes, que dependiendo de quién fuera el emisor, calaban muy hondo en la conciencia de sus correligionarios. Las primeras que opinaron fueron las religiones, claro. Todas las religiones, católicos, judíos, musulmanes, todos tuvieron comportamientos similares. Los judíos sefardíes fueron los primeros en rechazar su utilización como condimento picante, por ser ajeno a sus modos de cocinar. La España cristiana, como reacción a esta causa judía, llenó de este cultivo sus huertas. Los científicos de la época consideraron que era un producto seco que facilitaba las digestiones y calentaba el organismo. Pero claro, para la iglesia, ese calor de boca, que era también interior y tardaba en desaparecer, vigorizaba, fortalecía y levantaba algo más que el espíritu. De modo que el picante de boca derivó en picante del alma, en fuego, excitación y pasión. El picante de la pimienta que era cosa de ricos y nadie se había ocupado de él, cuando los pobres pudieron acceder al picante del ají y se generalizó el consumo de pimientos, vino el padre Acosta y les les fastidió la vida a los más creyentes (las clases populares no hicieron demasiado caso, claro). Creó un dogma y empujó a la sociedad religiosa a no sucumbir al pecado. El picante tenía que desaparecer de la dieta de las comunidades de religiosos, sobre todo de los seminarios, que eran las poblaciones menos formadas. Argumentaba que excitaba la mente y el deseo venéreo y empujaba a los imberbes seminaristas al pecado nefando. Y encima, en los seminarios todos llevaban faldas. Imaginen.

LA BOCA MARKETING & COMUNICACIÓN, S.L. | EDITOR: Alfredo Franco Jubete

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