Para no equivocarse en Madrid

A propósito de las ostras el voto y el ostracismo

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  Un hombre un voto y a correr por el Peloponeso, que es buena tierra. Así parece que se movían ya entonces las votaciones en aquellos tiempos. Estoy convencido que a base de ostras hoy habría menos abstenciones, claro. Si en vez de recibir esos sobres que hoy no nos sirven para nada, recibiéramos unas ostritas para ejecutar nuestro voto... En cualquier caso, me temo que era parecido a lo nuestro de hoy, pero con conchas de ostras. Un análisis grafológico de centenares de conchas con su voto escrito, demostró que solo una decena de manos habían escrito las conchas. Ergo, también recibían "la papeleta ostra" escrita para que ejercieran su voto. Hasta esto ya estaba inventado. [caption id="attachment_57338" align="alignright" width="250"]Ostras con uva de mar Ostras con uva de mar. La Raquetista[/caption] No sé si desde la antigua Grecia viene eso de “un hombre un voto” En cualquier caso, los griegos votaban con las conchas superiores de las ostras (ostrakon, aunque también se denominaba con este nombre a trozos de vasijas de barro rotas, que así mismo se utilizaban para estos fines). Sobre el nácar de la concha superior y con un punzón, se escribía el voto. Por cierto... vaya panzadas que se darían algunos, para que sobraran tantas de modo que sirvieran para estos fines tan políticos y populares. Pero resulta que el antiguo pueblo griego, también utilizaba las conchas para enviar al destierro a los políticos nocivos y perjudiciales para el pueblo. Con un estilete sobre el nácar blanco, escribían el nombre, su sentencia. De aquí viene que la pena del destierro, que duraba 10 años, adquiriese el nombre de ostracismo. No se sabe si egipcios y asirios comían ostras, pero los celtas en Francia eran tan grandes comedores, como los griegos, que no solo las comían crudas, sino aderezadas con diversas salsas. Las más apreciadas eran las de Helesponto, nombre clásico del mar Negro. También los griegos parece que fueron los primeros que se atrevieron a comerlas crudas, que ya es una decisión, claro. Lo hacían también con distintos aderezos. Ahora bien, fue el pueblo romano el que más apreció este manjar, que sobre todo comía con el famoso garum (salsa de pescados fermentados y desecados en salmuera). ¡Pobres ostras! dónde se iría su delicado aroma. [caption id="attachment_36938" align="alignright" width="250"] Ricard Camarena en Ramsés, hace algún tiempo. Ostra natural, en escabeche, rocoto, ceviche y pollo al ajillo.[/caption] Un autor de aquella época las denominaba “La trufa del mar”, una bonita metáfora que define a la perfección la esencia de su fragancia marina. Y es que este hermafrodita bivalvo, filtra unos ¡5 litros de agua a la hora! Esto es beber agua y no los peces en el río del villancico. Todo este agua al cabo del día, representa una gran cantidad en materia orgánica, sedimento e incluso algas. Y es la razón, el fundamento de su fresco y fragante sabor a mar mar. La forma más singular que las he comido en mi vida, fue hace muchos años en San Juan de Luz. Lo vi en la mesa de al lado, el camarero me comentó que era un tradicional y antiguo camino para comerse varias docenas de ostras. ¡Ostras de Arcachon con salchichas al vino blanco recién hechas! Y una tras otra hasta la eternidad. ¡Uf! Lou-ken-kas, salchichas, muy estrechas, especiadas y de fuerte sabor, con mucha pimienta. A un español este camino no le funcionaba, pero si lo hacían los franceses que son grandes comedores de este bivalvo, había que probarlo. No me conmovió, se me perdía el aroma del mar. Eso sí podía comer más. En Arcachon las comentambién así, pero las lou-ken-kas son más suaves. Ellos saben más de ostras. Los apasionados de las ostras dicen que media docena es una mariconada, seguro que tienen razón, pero yo no consigo pasar de ahí. Me gusta su fresca fragancia marina, sobre todo con un buen espumoso, pero no puedo con muchas. No recuerdo el nombre del personaje que cuando se ponía a comer ostras decía que su número adecuado era era una gruesa. ¡Qué animal! Bien podía haber sido Carlos V que tenía una mandíbula y estómago blindados. Una ostra un voto. Mejor un voto una docena de ostras.   Alfredo Franco Jubete.

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